El Mono Sam Smith, Está Atrapado en un Laboratorio de los NIH Ahora Mismo: Esta Es Su Historia

En Bethesda, Maryland, un suburbio rico y bien cuidado de Washington, D.C., la élite de la nación come, se entretiene y se relaja en hogares amplios y luminosos. Pero no toda vivienda es un paraíso. Pregúntale al mono Sam Smith. El ha estado atrapado en los Institutos Nacionales de Salud (NIH) en una jaula no más grande que una cabina telefónica, solo, por 13 años.

Los experimentadores de los NIH probablemente le pusieron Sam Smith por la marca de cerveza, como hicieron con Guinness y otros monos en el laboratorio de Murray. Sus historias médicas, obtenidas mediante una solicitud de registros públicos a los NIH, muestran un retrato desgarrador de un individuo golpeado por años de dolor y trauma. Le han cortado el cráneo y le han succionado parte de su cerebro. Lo han privado de alimentos, ha sido sedado, ha estado atado a sillas de inmovilización y ha sido obligado a soportar numerosos procedimientos dolorosos. En muchas ocasiones, el personal lo ha visto acurrucado en posición fetal en su jaula, balanceándose de atrás hacia adelante sin energía, desesperado por calmarse. Pero siguen experimentando en él.

Destinado al sufrimiento

Aunque es probable que sus antepasados corrieran libres con sus familias en Asia, Sam Smith tuvo el infortunio de nacer en cautiverio en Alpha Genesis, una empresa de Carolina del Sur que cría y vende monos destinados a vidas de tormento físico y psicológico en laboratorios estadounidenses. Tenía poco más de 2 años cuando unos trabajadores lo metieron en una jaula de madera estrecha y lo cargaron en la parte trasera de un camión que se dirigía a los NIH.

El viaje de más de 500 millas a Bethesda habría sido aterrador y confuso para Sam Smith, envuelto en la oscuridad del camión y asaltado por los sonidos y olores de quizás decenas de otros monos aterrorizados. Los monos destinados a una vida de experimentación no tienen áreas de descanso para estirar sus piernas. Encorvado en el espacio reducido de su jaula, probablemente estaba hambriento y deshidratado, y se golpeaba con cada brinco del camión y al pasar por cada bache.

Al final de este viaje atroz no estaba la libertad, sino la promesa de confinamiento en otra jaula estrecha, cualquier rastro restante de control que Sam Smith poseía sobre su propia vida sería despojado. Para los experimentadores, no sería más que una pieza insensible del material de laboratorio, para ser abierto y manipulado de cualquier manera conveniente a sus fines.

Atrapado en una pesadilla

En los NIH, el estrés y la frustración interminables del confinamiento consumieron a Sam Smith. En cuestión de meses, comenzó a dar vueltas agitado en su jaula, desesperado por estimulación. Su pelaje brillante y abundante se volvió irregular y delgado mientras se arrancaba su propio pelo: primero de sus piernas, luego de sus hombros, después de su cola, espalda y mejillas.

Pero la pesadilla de Sam Smith apenas comenzaba. En 2010, se convirtió en la víctima más reciente de una de las torturadoras residentes más prolíficas de los NIH, la experimentadora de primates Elisabeth Murray.

Sam Smith había estado en la lista de Murray por solo unos meses cuando los experimentadores lo sacaron de su jaula, lo sujetaron a una mesa de operaciones de metal y le cortaron una parte de su cráneo. Ellos inyectaron parte de su cerebro con toxinas, causándole daños irreversibles. Languideciendo de dolor después de la cirugía invasiva, se sentó encorvado en un rincón de su jaula.

Ocho días después, los experimentadores ataron a Sam Smith a una máquina de resonancia magnética para ver lo que le habían hecho. El cirujano sin saberlo, había cortado un vaso sanguíneo y la sangre se estaba acumulando dentro de su cráneo, ejerciendo una presión peligrosa y potencialmente mortal en su cerebro. Una vez más, lo ataron y lo abrieron para que los experimentadores pudieran eliminar la acumulación de líquido.

Reiteradamente, los experimentadores privaron a Sam Smith de comida y agua durante casi 24 horas con el fin de obligarlo a realizar una tarea y luego “recompensarlo” con el alimento de un día completo, que solo le dieron 15 minutos para consumirla. Pasando de tener un apetito voraz a estar desagradablemente llenos en solo minutos, los monos sometidos a la fantasía de este hostigador de patio escolar, llamada “método de la lonchera”, a menudo sufren de distención y malestares gastrointestinales.

Con el paso de los días, Sam Smith se hundió más en la depresión. Desarrolló el hábito de mecerse de un lado a otro, un comportamiento autorelajante que también se observa en humanos angustiados. En varias ocasiones, ha sido encontrado herido o sangrando en su jaula, lastimado por un borde cortante de metal o por un mono de una jaula vecina. Todavía se arranca el pelo.

¡Dile a los NIH que este sufrimiento debe terminar!

El devastador estrago físico y emocional del confinamiento y la experimentación repetida en Sam Smith y sus compañeros de prisión aparentemente no le importan a Murray, quien ha desarrollado su carrera atormentándolos durante cuatro décadas. Mientras ella se va a casa a recostarse en su espacioso apartamento, los monos permanecen atrapados en un estado de carencia total, privados de cualquier cosa que haga que valga la pena vivir sus vidas.

Mono Sam Smith en jaula

En todos sus años de operaciones, la fábrica de dolor de Murray no ha producido una sola cura o tratamiento para los humanos. Mientras los NIH sigan despilfarrando el dinero en esto, la historia de Sam Smith continuará repitiéndose. Exige que la agencia ponga fin a esta inexcusable crueldad hoy:

AYUDA A MONOS COMO SAM SMITH